Rafael Pineda solía recordar que en uno de los
viajes de la campaña para la formación del Museo de Ciudad Bolívar, un
periodista le preguntó en el Aeropuerto ¿Cómo se hacía un museo? La respuesta le salió al rompe: “Pues con una
caja de herramientas”.
Ciertamente,
el Museo es una obra hecha con todas las herramientas posibles, incluyendo las
que uno jamás se imagina, capaces de incitar la buena suerte, suscitar la buena
voluntad e imantar la generosidad de mecenas y artistas. Todos ellos hicieron posible que lloviera
donaciones sin tener espacios para depositarlas o exponerlas, por lo que hubo
que habilitarse como Hogares de cuidado las casas de doña Mercedes de Natera,
Andrés Ernesto Bello Bilancieri, y Rosario Agosto Méndez.
La
ciudad carecía de un museo y era la oportunidad. El Museo Talavera, creada en 1941 al cumplir
cien años la Catedral,
por el obispo Miguel Antonio Mejía y el doctor José Gabriel Machado, había sido
una hermosa realidad, pero fracasó de manera escandalosa, de modo que había que
llenar el vacío y éste, evidentemente, empezó a llenarse cuando el Maestro Jesús Soto tuvo la
magnífica idea del Museo de Arte Moderno.
Entonces de esa manera se abrió una brecha que ha sido ampliándose con
la creación del Museo de Ciudad Bolívar en la casa del Correo del Orinoco, el
Museo de Geología y Minas de la
UDO y el Museo Etnográfico que, a pesar de haber sido
diseñado y dotado de la forma más exigente, viene funcionando un poco clandestino,
seguramente por falta de una buena y sostenida promoción.
Rafael
Pineda (Rafael Ángel Díaz Sosa),
guasipatense desde el 17 de enero de 1926, poeta, ensayista, periodista,
crítico, biógrafo, compilador y traductor, graduado de periodista en la Universidad Central
de Venezuela, de literato en la
Universidad de Carolina del Norte y de Historiador de Arte en
el instituto Superior de Roma, Florencia, Venezia y Ravena, autor de cincuenta
libros, es el padre de esta criatura llamado Museo de Ciudad Bolívar y a él le
preguntamos si consideraba al museo su mejor obra.
Pues
bien. Pineda no es de los que reducen lo
que hayan podido hacer a una connotación particular, en este caso, al
Museo. Por el contrario, sostiene que
todo cuanto a hecho, en realidad es una sola obra. Todo forma un solo ensamblaje y siempre que
hace algo, sobre ese algo converge toda la experiencia, todo el conocimiento de
que se ha podido alimentar haciendo una y otra cosa.
El
Museo se reabrió con aportes importante del Gobierno regional y no se quedó
allí para la mera contemplación. La Dirección a cargo de
Marlene Wulf elaboró una programación con énfasis en exposiciones, conferencia
y elaboración de un buen catálogo con la colaboración del Conac.
En
busca de mayores espacios, a mediado de año y en dirección hacia esa necesidad,
una representación del Conac y gobernación visitó las obras inconclusas del
Centro de las Artes en la avenida 5 de julio.
Entonces se habló de un proyecto que nunca se concretó.
Después
de haber hecho una inversión tan grande allí, es doloroso que se pierda. Claro que rematar una construcción de ese
tipo cuesta hoy un ojo y parte de otro, pero de todas maneras hay allí unas
bases para hacer un edificio de espanto.
Junto
a esto vino por suerte un decreto de protección al patrimonio, aprobado por el
Congreso Nacional en 1998 y en él fue incluido el Museo de Ciudad Bolívar. Con este decreto que Pineda saludó como
bendito, creía que se solucionaría el problema de espacio que sufre el Museo
para poder exhibir la totalidad de su patrimonio. Pero ya vemos, ni siquiera el Gobierno
dispone de recursos para corregir las goteras que inundan las salas en época de
lluvia.
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