El 27 de octubre de 1994, tal como había sido
previsto, el Museo de Arte de Ciudad Bolívar en la Casa del Correo del Orinoco
fue reabierto, como quien dice, con nuevo look, completamente renovado.
Lo
nuevo, lo novedoso y por demás interesante del museo recién abierto después de
cuatro años sometido a trabajos de reacondicionamiento y nuevos espacios, es la sección de cerámicas modernas (en la
foto), aparte de la entrada dedicada al Orinoco, la sala de arte óptico y la Angostura a la luz de la
Luna Llena de Domingo Álvarez.
Cuando
al entrar, nos sumergimos en el Orinoco de Miguel von Dangel y Oswaldo Vigas
para emerger luego en la galería del patio coral, colmado de esculturas (Funes, Narváez,
Briceño, Barreto) y antiguos como descomunales tinajones, nos sorprende algo
nuevo en el Museo de Arte de Ciudad Bolívar.
Algo nuevo, interesante, después de este prolongado receso que costó
enderezar viejo entuertos de la primigenia hechura y restauración del inmueble.
Algo
nuevo es la sección de cerámica moderna venezolana para la cual vino casi al
azar, sin tenerlo previsto, una introducción de cerámica primitiva, piezas
importantes, producto de las donaciones espontáneas imposible de eludir en un
museo, aunque no sea arqueológico.
Tres
vitrinas anteceden a la sección: la primera con un fragmento de la cultura
barrancoide, que no puede ser directamente más alusiva a la propia Región de
Guayana. Luego un ejemplar
extraordinario de la Venus
de Tacarigua, proveniente de la zona arqueológica de Valencia, paradigma de la
cultura precolombina venezolana, y al fondo, una selección de proyectiles de piedra jaspe de Guayana.
Para
continuar el panorama introductorio, un Metate de Costa Rica, bellísima pieza
labrada en piedra volcánica, donada por Sagrario Pérez Soto. La
Diosa de la
Fecundidad, una figura de la cultura mexicana Nayarit y un
fragmento de la cultura mesoamericana
(Nicaragua). Debería estar
aquí una rarísima pieza hallada en el
río Aro, única en Venezuela, un tapa-sexo de azabache de lo que usaron los
grandes caciques. Este tapa-sexo, lo
mismo que otras obras de arte como la de Reverón, se halla en bóveda por
cuestión de seguridad, previniéndose el Museo del hurto que ha afectado a más de
50 fragmentos de la cultura barrancoide.
La visión la complementan los Petroglifos del Caño Necuima, incluyendo
el de la acera de la calle, para evitar que los viandantes descansen allí sus
posaderas, restrieguen la suela del calzado
y coloquen sus desechables vasos de cerveza.
Guiados
por Rafael Pineda, creador de este museo que ha venido desarrollando con
asiduidad y laboriosidad de hormiga durante años, entramos en la sección de
selección de obras, en excelente montaje, de los maestros actuales de la
cerámica venezolana. Cada pieza es en si
misma más atractiva que la otra y combinado el montaje de manera tal que las
obras pictóricas que la circundan adosadas a los muros, no interfieran con el color de las piezas.
Allí
está, entre otros, Reyna Herrera, Anita Navarro, Nohemí Márquez, Mara Vitanza,
Cheico Ogura (japonesa que vive en Venezuela), Anabella Shaefler, Josefina
Álvarez, Belén Parada, Cándido Millán, Clara de Blanco, Carlota de Lozada,
Marvelis Palacio, Petrica Hot, Colette Dorante, Alicia Benaruni, Mélida Ochoa, Diana
Medina de Marturet, Ester Alzeibar, Tecla Toffano, Maruja Herrera, Ana Ávalo,
Gisela Tello Mary Bellorín, Hilda Mendoza y Germán Carrera, quien trabaja con
terracota que luego pinta ofreciendo imágenes mágicas como la de María Leonza
allí expuesta, José Gregorio Hernández y El Dorado. En fin, algo de legítimo orgullo porque aparte del valor artístico en sí de
esta sala, tiene un gran valor pedagógico.
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