En junio 2002 con auspicio de la Gobernación del
Estado, el Museo de Ciudad Bolívar en la casa del Correo del Orinoco abrió el
Primer Salón Venezolano de la
Talla del Azabache con la participación de una buena gama de
escultores nacionales y extranjeros.
Para
las piezas concursantes se estableció un formato mínimo de 10 centímetros y
máximo de 20, y como temas la flora y la fauna de Venezuela. Concurrieron 32 artistas, unos del Estado
Bolívar y otros formados en el taller de
orfebrería de Alexis de la
Sierra y en cursos de artes plásticas de Caracas. Del conjunto sólo uno no fue aceptado por no
llenar las condiciones requeridas.
Actuaron
como jurado los críticos Carlos Silva, Perán Erminy, Ion Pervilac y Rafael
Pineda en calidad de curador. El primer premio a la pieza ganadora (en la
foto), fue otorgado a Liliana Benítez de
Fernández; el segundo, a Haydee Pérez Criollo y Menciones Honorificas a Adolfo
Calzadilla, Mayota Gómez, Olga Karschunon, William López y Ramón Morales Rossi.
El
año siguientes (2003), pero en el mes de septiembre, se realizó el II Salón
Venezolano de la talla de Azabache, también auspiciado por la Gobernación del Estado
con el siguiente catálogo de obras: “Nuestra Etnia sueña sobre el Orinoco, del
artista Jesús Alcorser; “El Mulo Toribio” de José Arboleda Ruiz (Mención
Honorífica); “Negro y Blanco – Blanco y
Negro”, de Liliam Benítez de Fernández (invitada de honor); “El Ángel de la Mujer” de Adolfo Calzadilla
(Invitado de honor), “Diosa del Orinoco”,
de Alexis Campos (Mención Honorífica); “El Elefante de Maracay”, de Ángel
Carrasco y “Avíspate Tío Tigre”, de Susana Gil (Mención Honorífica.
El Gobierno regional, de otro signo, no quiso auspiciar el III Salón y
es doloroso que así fuera porque el azabache o lignito asociado a la
prehistoria de Guayana ha tenido a través del tiempo un significado artesanal y
mágico de invocación maternal.
Los
guayaneses, desde tiempo inmemorial reconocen sus bondades como amuleto contra
las malas energías. Es una creencia
ancestral extendida al Oriente y otras
partes de Venezuela.
El
azabache, variedad del lignito, es producto de la petrificación de varias
maderas, entre ellas el Caramacate, que es de corazón muy oscuro. (Caramacate
se llama el primer libro de Horacio Cabrera Sifontes).
Adolfo
Calzadilla, tallador bolivarense y uno de los concursante premiados en el Salón
abierto por el Museo de Ciudad Bolívar, considera que el azabache es un amuleto
natural que no necesita ser rezado, para proteger a las personas, y que se
utiliza para contrarrestar el mal de ojo que son energías negativas absorbidas
por las mentes más débiles que son las de los niños.
Según
Calzadilla, el arte de hacer creaciones con el azabache no es simple. No significa tomar una parte de ese material
fósil y utilizar algunos instrumentos para lograr elaborar los tradicionales
puñitos, crucifijos u otro dije. Ser azabachero consiste, además, en
profundizar los conocimientos sobre ese mineral.
El
Azabache ha sido para él además de un material de expresión artística, un medio
de vida que por otra parte identifica al estado Bolívar por tradición; por eso,
cuando se habla de este fósil surge como referencia natural el Estado Bolívar, Río
Negro, Amazonas.
En
exploraciones realizadas por buzos en los ríos Orinoco y Negro se encontraron
piezas utilitarias que dan cuenta del azabache como elemento cultural
primitivo.
Calzadilla
aprendió la técnica de labrar o modelar el Azabache, observando frecuente en
Sabana Grande, Caracas, la habilidad manual con que algunos artesanos tallaban
la madera. Entonces se dijo por qué la
madera y no el azabache e hizo el ensayo basado en el conocimiento que tenía
del dibujo técnico. Él concursó en el
Primer Salón con “La Orquídea”
que le mereció una Mención Honorífica.
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