Mayo es el mes de Ciudad Bolívar, por eso
durante 30 días le dedicamos esta columna y junio es el mes del Correo del
Orinoco. De manera que durante este
espacio del calendario gregoriano estaremos escribiendo sobre el hebdomadario
de los patriotas y también de la casa
donde fue impreso, particularmente por estar este inmueble en estado de
abandono oficial que de continuar así su techo se vendrá abajo y aplastará la
prensa y el tesoro plástico confiado a sus muros por artistas venezolanos y
extranjeros.
La prensa utilizada por los
patriotas para hacer posible la divulgación de las ideas de la revolución
americana está allí en esa casona
asediada por las defecaciones de los vampiros, la humedad del Orinoco cercano
y filtraciones de las lluvias periódicas
que han ido, por falta de mantenimiento, erosionando la capa asfáltica que
cubre el techo o cubierta de cerámica.
Nos vino la prensa (The Washington
Press) embarcada en una goleta desde la vecina isla de Trinidad. Traspasó apenas una estrechura de mar para tomar el Orinoco y llegar hasta el
puerto de La Muralla,
donde más de un caletero afiebrado por el sol de octubre comprometió su fuerza y su músculo para
depositarla en la casona amplia y solariega del Alcalde Provincial, José Luís
Cornieles.
En el interior de la casona amasada
con el barro y la cal de la colonia, el impresor Andrés Roderick puso en acción
las artes gráficas germanas heredadas del genio de Gutemberg y las ideas
revolucionarias fueron cuajando a golpe de prensa en el corazón y la mente
americana.
El Correo del Orinoco comenzó aquí
su historia y su destino. Una historia de casi cuatro años iniciada el
27 de junio de 1818, tan pronto la provincia de Guayana se integró al resto de la República y después de
haber ocurrido el sacrificio de Piar en aras de la unidad patriótica y
reafirmación de la autoridad del Libertador.
Era Angostura una ciudad poco más o
menos de tres mil habitantes, con trece calles y cuatro arrabales, una escuela
de primaria costeada por la municipalidad, 23 tiendas, una bodega, 25
pulperías, 11 ventas de víveres y 6
panaderías. Así era físicamente la
ciudad donde se editaba el Correo del Orinoco.
Más que una ciudad, un pueblo como muchos de hoy, pero que tenía la
importancia, la fuerza y significación que dan el poder político supremo de una
nación, aun cuando estaba en los albores de su emancipación.
Acá en esta tierra donde todavía se
observan vestigios y símbolos de aquella época agitada, se concentraban para su
salida al exterior, la producción del arco sur orinoquense. Goletas, balandras y bergantines surcaban el
Orinoco para descargar mercancías y llevarse el cuero, el café, el cacao y mulas en un comercio activo que es la
añoranza de nuestros días.
Juan Vicente Cardozo, Manuel
Montilla, Manuel Valdéz, Eusebio Afanador, José María Fortique, Manuel Cedeño,
Nicolás Pumar, Alfonso Uzcátegui, Francisco Conde, José Ucroz, Juan José Revenga y Juan Bautista Dalla
Costa, el veronés, eran hombres conspicuos de la municipalidad que brillaron
por su don de gente y de mando, por su conciencia civilista, por su condición
ciudadana adecuada a la realidad y
circunstancia de la época. Ellos
pertenecieron a ese período existencial del Correo del Orinoco. Alentaron y abrieron caminos a la empresa en
su empeño de servir cabalmente a los intereses sagrados de la patria,
constantemente amenazados por quienes llegaron en plan de conquista,
colonizaron y se negaron a renunciar egoístamente a los privilegios propios y
que sólo podía delegar la soberanía provinciana libre e independiente.