miércoles, 23 de enero de 2013

El Museo reabre sus puertas



El 27 de octubre de 1994, tal como había sido previsto, el Museo de Arte de Ciudad Bolívar en la Casa del Correo del Orinoco fue reabierto, como quien dice, con nuevo look, completamente renovado.
            Lo nuevo, lo novedoso y por demás interesante del museo recién abierto después de cuatro años sometido a trabajos de reacondicionamiento y nuevos espacios,  es la sección de cerámicas modernas (en la foto), aparte de la entrada dedicada al Orinoco, la sala de arte óptico y la Angostura a la luz de la Luna Llena de Domingo Álvarez.
            Cuando al entrar, nos sumergimos en el Orinoco de Miguel von Dangel y Oswaldo Vigas para emerger luego en la galería del patio coral,  colmado de esculturas (Funes, Narváez, Briceño, Barreto) y antiguos como descomunales tinajones, nos sorprende algo nuevo en el Museo de Arte de Ciudad Bolívar.  Algo nuevo, interesante, después de este prolongado receso que costó enderezar viejo entuertos de la primigenia hechura y restauración del inmueble.
            Algo nuevo es la sección de cerámica moderna venezolana para la cual vino casi al azar, sin tenerlo previsto, una introducción de cerámica primitiva, piezas importantes, producto de las donaciones espontáneas imposible de eludir en un museo, aunque no sea arqueológico.
            Tres vitrinas anteceden a la sección: la primera con un fragmento de la cultura barrancoide, que no puede ser directamente más alusiva a la propia Región de Guayana.  Luego un ejemplar extraordinario de la Venus de Tacarigua, proveniente de la zona arqueológica de Valencia, paradigma de la cultura precolombina venezolana, y al fondo, una selección de proyectiles  de piedra jaspe de Guayana.
            Para continuar el panorama introductorio, un Metate de Costa Rica, bellísima pieza labrada en piedra volcánica, donada por Sagrario Pérez Soto.  La Diosa de la Fecundidad, una figura de la cultura mexicana Nayarit y un fragmento de la cultura mesoamericana  (Nicaragua).  Debería estar aquí  una rarísima pieza hallada en el río Aro, única en Venezuela, un tapa-sexo de azabache de lo que usaron los grandes caciques.  Este tapa-sexo, lo mismo que otras obras de arte como la de Reverón, se halla en bóveda por cuestión de seguridad, previniéndose el Museo del hurto que ha afectado a más de 50 fragmentos de la cultura barrancoide.  La visión la complementan los Petroglifos del Caño Necuima, incluyendo el de la acera de la calle, para evitar que los viandantes descansen allí sus posaderas, restrieguen la suela del calzado  y coloquen sus desechables vasos de cerveza. 
            Guiados por Rafael Pineda, creador de este museo que ha venido desarrollando con asiduidad y laboriosidad de hormiga durante años, entramos en la sección de selección de obras, en excelente montaje, de los maestros actuales de la cerámica venezolana.  Cada pieza es en si misma más atractiva que la otra y combinado el montaje de manera tal que las obras pictóricas que la circundan adosadas a los muros,  no interfieran con el color de las piezas.
            Allí está, entre otros, Reyna Herrera, Anita Navarro, Nohemí Márquez, Mara Vitanza, Cheico Ogura (japonesa que vive en Venezuela), Anabella Shaefler, Josefina Álvarez, Belén Parada, Cándido Millán, Clara de Blanco, Carlota de Lozada, Marvelis Palacio,  Petrica Hot, Colette  Dorante, Alicia Benaruni, Mélida Ochoa, Diana Medina de Marturet, Ester Alzeibar, Tecla Toffano, Maruja Herrera, Ana Ávalo, Gisela Tello Mary Bellorín, Hilda Mendoza y Germán Carrera, quien trabaja con terracota que luego pinta ofreciendo imágenes mágicas como la de María Leonza allí expuesta, José Gregorio Hernández y El Dorado.  En fin, algo de legítimo orgullo  porque aparte del valor artístico en sí de esta sala, tiene un gran valor pedagógico.


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