sábado, 16 de febrero de 2013

Peligra Casa del Correo del Orinoco (1)




Mayo es el mes de Ciudad Bolívar, por eso durante 30 días le dedicamos esta columna y junio es el mes del Correo del Orinoco.  De manera que durante este espacio del calendario gregoriano estaremos escribiendo sobre el hebdomadario de los patriotas y también de la casa  donde fue impreso, particularmente por estar este inmueble en estado de abandono oficial que de continuar así su techo se vendrá abajo y aplastará la prensa y el tesoro plástico confiado a sus muros por artistas venezolanos y extranjeros.
La prensa utilizada por los patriotas para hacer posible la divulgación de las ideas de la revolución americana  está allí en esa casona asediada por las defecaciones de los vampiros, la humedad del Orinoco cercano y  filtraciones de las lluvias periódicas que han ido, por falta de mantenimiento, erosionando la capa asfáltica que cubre el techo o cubierta de cerámica.
Nos vino la prensa (The Washington Press) embarcada en una goleta desde la vecina  isla de Trinidad.  Traspasó apenas una estrechura de mar   para tomar el Orinoco y llegar hasta el puerto de La Muralla, donde más de un caletero afiebrado por el sol de octubre  comprometió su fuerza y su músculo para depositarla en la casona amplia y solariega del Alcalde Provincial, José Luís Cornieles.
En el interior de la casona amasada con el barro y la cal de la colonia, el impresor Andrés Roderick puso en acción las artes gráficas germanas heredadas del genio de Gutemberg y las ideas revolucionarias fueron cuajando a golpe de prensa en el corazón y la mente americana.
El Correo del Orinoco comenzó aquí su historia  y su destino.  Una historia de casi cuatro años iniciada el 27 de junio de 1818, tan pronto la provincia de Guayana se integró al resto de la República y después de haber ocurrido el sacrificio de Piar en aras de la unidad patriótica y reafirmación de la autoridad del Libertador.
Era Angostura una ciudad poco más o menos de tres mil habitantes, con trece calles y cuatro arrabales, una escuela de primaria costeada por la municipalidad, 23 tiendas, una bodega, 25 pulperías,  11 ventas de víveres y 6 panaderías.  Así era físicamente la ciudad donde se editaba el Correo del Orinoco.  Más que una ciudad, un pueblo como muchos de hoy, pero que tenía la importancia, la fuerza y significación que dan el poder político supremo de una nación, aun cuando estaba en los albores de su emancipación.
Acá en esta tierra donde todavía se observan vestigios y símbolos de aquella época agitada, se concentraban para su salida al exterior, la producción del arco sur orinoquense.  Goletas, balandras y bergantines surcaban el Orinoco para descargar mercancías y llevarse el cuero, el café, el cacao y  mulas en un comercio activo que es la añoranza de nuestros días.
Juan Vicente Cardozo, Manuel Montilla, Manuel Valdéz, Eusebio Afanador, José María Fortique, Manuel Cedeño, Nicolás Pumar, Alfonso Uzcátegui, Francisco Conde, José Ucroz,  Juan José Revenga y Juan Bautista Dalla Costa, el veronés, eran hombres conspicuos de la municipalidad que brillaron por su don de gente y de mando, por su conciencia civilista, por su condición ciudadana adecuada a la realidad y  circunstancia de la época.  Ellos pertenecieron a ese período existencial del Correo del Orinoco.  Alentaron y abrieron caminos a la empresa en su empeño de servir cabalmente a los intereses sagrados de la patria, constantemente amenazados por quienes llegaron en plan de conquista, colonizaron y se negaron a renunciar egoístamente a los privilegios propios y que sólo podía delegar la soberanía provinciana libre e independiente.



El Correo y las mulas de Upata (2)




Las mulas de Upata tienen mucho que ver  con la prensa donde se editó el Correo del Orinoco y que podemos ver exhibida en una de las salas del Museo de Ciudad Bolívar hoy en peligro, entre el Paseo Orinoco y la calle Carabobo.
            El primero de septiembre de 1817 escribió Bolívar desde Angostura a Fernando Peñalver planteándole la urgencia de una imprenta que éste en octubre de ese año logró negociar y enviar a bordo de la goleta “María”. Según las relaciones de la época, esta imprenta fue comprada en Trinidad al comerciante José María Istúriz por 2.200 pesos, parte de los cuales cancelada con mulas de Upata o Misiones del Caroní. En ella se editó el Correo del Orinoco desde el 27 de junio de 1818, bajo la dirección del Licenciado Francisco Antonio Zea, quien mientras estuvo en Angostura se desempeñó primero como miembro del Consejo de Estado del Gobierno Supremo, Presidente del Congreso de Angostura, Vicepresidente de Venezuela y Vicepresidente de la Gran Colombia. Cada vez que debió ausentarse para cumplir misión interna del Gobierno o diplomática en el exterior, lo suplantaron en la dirección y redacción del periódico de acuerdo con las circunstancias política-administrativas del Gobierno, Juan Germán Roscio, Manuel Palacio Fajardo, José Rafael Revenga y José Luis Ramos.
            El periódico contaba con Corresponsales en Puerto España (Cristóbal Mendoza), San Thomas (Vicente Tejera) y en Maracaibo la asumió Andrés Roderick después de abandonar Angostura al iniciarse el año 1821.
             Aparte de quienes escribían espontáneamente firmando sus artículos con seudónimos, destacaron como colaboradores el propio Libertador, Fernando Peñalver, quien agenció la compra de la imprenta en Trinidad; Ramón Ignacio Méndez, Antonio Nariño, José María Salazar, Luis López Méndez, Francisco de Paula Santander, Francisco Javier Yánez y J. Trimiño. Su circulación semanal (sábado) se extendió desde Angostura al resto de Venezuela, Nueva Granada y las Antillas.
            El periódico, primero que se publicaba en esta ciudad de Angostura, cabecera de la provincia de Guayana, erigida desde 1817 en Capital provisional del país, se imprimió en el Taller del propio Gobierno Supremo, puesto en manos del tipógrafo inglés Andrés Roderick y el cual venía operando desde octubre de ese mismo año en la casa del canario José Luis Cornieles, calle La Muralla, inmediata al Parque de Artillería.
             Dice el semanario en su nota editorial insertada en la segunda columna de la última página, que saldrá los sábados y publicará todo cuando por su importancia ataña a la nación, a la lucha por la independencia y los derechos del mundo.
            “Somos libres, escribimos en un país libre y no pretendemos engañar al público” –expresa, y agrega que quedará a juicio del lector discernir la mayor o menor fe que merezcan sus notas.       
            Al final critica a la Gazeta de Caracas, también hebdomadario, que se edita desde 1808 y divulga ideas opuestas a la causa de los patriotas. En tal sentido opina que “el público ilustrado aprende muy pronto a leer cualquier Gazeta, como ha aprendido a leer la de Caracas, que a fuerza de empeñarse en engañar a todos ha logrado no engañar a nadie”.
La aparición del Correo fue recibida por los angostureños con semblante matizado de curiosidad y entusiasmo. Los primeros ejemplares se vendieron en la propia casa donde se editaba y en la Capitanía de Puerto donde también se hacían suscripciones al precio de un peso por mes.
            La goleta “La Libertad” así como la inglesa “Halifax Packet”y el bergantín francés “Ana” embarcaron paquetes del “Correo del Orinoco” con destino a las colonias y por esa vía a otros países como Londres y Estados Unidos de donde era esperado un Agente diplomático enviado por el Gobierno de James Monroe.
           

Origen de la Casa del Correo (3)




La casa hoy amenazada por el deterioro, donde se imprimió el Correo del Orinoco, en la calla La Muralla, actual Paseo Orinoco haciendo esquina con la Carabobo, perteneció al canario José Luis Cornieles, al igual que la Casa del Morichal de San Isidro, por herencia de su esposa María Josefa, hija de Rafael Velez, su dueño original.
La hacienda o finca del Morichal de San Isidro la fomentó Rafael Vélez en tiempos del Gobernador Manuel Centurión (1766-1777) y contaba con una capilla donde se veneraba la imagen de San Isidro, una pulpería, trapiche, siembra de caña dulce y otros renglones agrícolas. La Hacienda se extendía por el Sur hacia la Mesa de Angostura, arropaba la enorme laja blanca hasta el Cerro El Zamuro por el Oeste encerrado dentro de sus confines El Trabuco, Callejón de los aparecidos rozando la Laguna El Porvenir y abriendo por el Este hacia Ojo de Agua, hoy Fuente La Fortuna.
            Rafael Vélez tenía dos hermanos: Agustín que lo ayudaba en las faenas de la hacienda y Francisco que trabajaba como Escribano Público. Años después se incorporó como administrador de la hacienda el canario José Luis Cornieles, quien se enamoró y contrajo matrimonio con María Josefa, hija de Rafael Vélez y de cuya unión nacieron varias hijas muy bellas que impresionaron al Libertador cuando viajaron de Trinidad a Angostura en 1817 a reclamar su hacienda que había sido expropiada por los Tribunales de Secuestros creados por el Gobierno Supremo.
            La familia Cornieles, a raíz del Sitio de Angostura se había refugiado en la isla vecina de Trinidad y regresó tan pronto el Libertador dio garantías de seguridad a los hispanos o descendientes de hispanos radicados en Angostura dispuestos a prestar servicios a la causa de los patriotas. José Luis Cornieles, unos de esos servidores, llegó a ser Alcalde Provincial y no sólo dispuso la Casa de San Isidro para que allí residiera el Libertador, sino que facilitó el inmueble en calle La Muralla para establecer el taller tipográfico donde se editó el Correo del Orinoco bajo la gerencia del tipógrafo irlandés Andrés Roderick, el operador Tomás Taverner y los guayaneses aprendices de las artes gráficas Juan José Pérez y José Santos.
La prensa de tipos sueltos trabajaba con fuentes long primer y small pica, con sus respectivas itálicas y letras blancas para títulos y epígrafes. El impresor, Andrés Roderick, devengaba 50 pesos mensuales desde el 15 de octubre de 1817 que se instaló la prensa en la casa propiedad de José Luis Cornieles. 
            La suscripción del Correo del Orinoco costaba mensualmente un peso para los habitantes de Angostura. La gente del interior debía suscribirse por el lapso mínimo de tres meses y pagar treinta reales. Se contaba con posta para la circulación del periódico en lugares distantes.
            Las suscripciones fueron abiertas en la casa sede a  la Capitanía de Puerto y los comerciantes y personas interesadas en publicar Avisos en el Correo, debían remitirlo a más tardar la víspera de la edición, es decir, el viernes puesto que la Gazeta salía periódicamente el día sábado. La oficina de recepción de Avisos funcionaba en el propio taller del periódico.
            El premier comerciante en publicar un aviso por el Correo del Orinoco fue el señor Falconer, un sillero que tenía su taller en el sótano de la casa del Almirantazgo. El aviso decía textualmente: “El Ciudadano Falconer, Sillero, que vive baxo el Almirantazgo, desea encontrar para comprar una cantidad de SERDA. Se pagará a buen precio la de buena calidad. Angostura Junio 27 de 1818”.
            Andrés Roderick, impresor del gobierno Supremo, redobló su trabajo con el Correo del Orinoco, pues anteriormente se limitaba a imprimir Boletines, Bandos, Membretes, Decretos, Ordenanzas, Leyes, Resoluciones  y otros impresos.
             

Zea primer redactor del Correo del Orinoco (4)




Francisco Antonio Zea, que no había estudiado letras sino botánica, fue el primer redactor del Correo del Orinoco, fundado como él dice en su editorial en las inmensas soledades del Orinoco.
            Ciertamente,  Angostura, fundada en 1764, donde se editaba el semanario de los patriotas, era prácticamente una ciudad remota perdida en la selva que se extiende al sur del gran río padre de todos los ríos de Venezuela.
            Zea vivía y despachaba en una de las casas entorno a la plaza mayor y bajaba todos los días a dialogar con Andrés Roderick y a entregar y revisar el material del periódico.
            Su responsabilidad era mayor pues además de la redacción del Correo, ejercía la presidencia del Congreso de Angostura y la Vicepresidencia de la República y mayor aún cuando el Libertador lo dejaba encargado de la presidencia mientras andaba en campaña.
            Zea vivió en Angostura hasta enero de 1820 cuando viajó a Europa a cumplir una misión diplomática muy importante, entonces el Congreso de Angostura le concedió tanto a él como a su esposa e  hijos de éste, una propiedad por valor de  cincuenta mil pesos, o su equivalente en efectivo,  antes de su viaje oficial a Europa, en vista “de los peligros y males a que se va a exponer, y en atención,  a la justicia de la solicitud, méritos, servicios y virtudes del señor Zea, su infatigable celo y amor por la estabilidad de la República, sus constantes tareas a este objeto”.
            La necesidad de fortalecer las relaciones exteriores y obtener empréstitos para organizar la República, llevaron al Libertador a comisionar a Zea para una misión diplomática ante la Santa Sede y los gobiernos de la Gran Bretaña, Suecia, Países Bajos y Francia.
            Los amplios poderes otorgados a Zea por el Congreso, lo facultaron para designar diplomáticos residentes o extraordinarios en las naciones que dieran el reconocimiento de la independencia de Colombia, y en la misma forma, la contratación de un empréstito que no excediera de 5.000.000 de libras esterlinas, para cubrir las deudas de la guerra, fomentar la agricultura y el adelanto material del país  en su etapa inicial de organización y consolidación.
            La misión tuvo dificultades en sus gestiones diplomáticas en la Gran Bretaña, entre otros factores,  porque a su llegada fue asediado por numerosos acreedores de Colombia, entre ellos, Charles Herring, William Graham y otros quienes reclamaron el pago de las deudas contraídas por la obtención de materiales de guerra, barcos para la armada y organización de la Legión Británica
            En un ambiente poco favorable para solicitar ayuda financiera, Zea realizó gestiones para nuevos empréstitos, los cuales fueron desaprobados por el gobierno por sus condiciones desventajosas debido a los altos intereses y al descuento inicial del 20 por ciento.
Durante esa misión diplomática, en 1822, murió no sin antes haber pasado por los sinsabores propios de una época en la que la lucha de los patriotas venezolanos dependía en parte de los préstamos y ayuda de los ingleses.
            Zea, quien también era botánico, había nacido en Medellín en 1770.  Quince años más tarde terminó sus estudios de Filosofía y Teología y poco después se incorporó al Jardín Botánico de Bogotá, donde terminó su carrera.
A la edad de diecinueve años Zea sentía arder dentro de sí el sentimiento de libertad que estallaba en otros hombres de su patria como Mariño.  Animado por ese fuego firma la declaración de Los Derechos del Hombre  y es desterrado a la península.  Allí transcurren 20 años y llega a ser Director del Jardín Botánico de Madrid y profesor de Ciencias Naturales, la que abandonó para integrar la Junta de Bayona, conservadora de los Derechos de Fernando VII y luego la prefectura de Málaga.  Más, siempre pensaba en América, colonizada y aherrojada y a ella volvió con la Expedición de los Cayos para ocupar los más prominentes y honrosos cargos de la Tercera República.